


Tradición Sufi
“La Tradición Sufi no es propiedad de ninguna cultura, de ningún idioma, de ninguna religión, de ninguna etnia, de ningún tiempo. Si fuera exigente, pero certero, diría que ni tan siquiera la denominación “Sufi” es precisa. No obstante, es de obligado reconocimiento admitir que hemos recibido la tradición Sufi como herencia de la Tradición Muhammadí. Un antiguo Maestro, Ibn al-Yalla Dimashqi, dejó esta breve reflexión para la posteridad: “El Sufismo es una esencia sin forma, porque las formas pertenecen a la humanidad en cuanto a la conducta, mientras que la esencia que se guarda en la forma pertenece a Dios”. Podría decirse acertadamente que, Sufismo, es la ancestral búsqueda del encuentro con el verdadero Sí Mismo, algo que desde siempre el ser humano ha evocado en todas las tradiciones. No obstante y por facilitar el entendimiento en estas páginas, continuaré haciendo uso del vocablo “Sufismo”, ya que esta denominación nos es culturalmente muy cercana al ser una herencia de nuestros antepasado andalusíes.
Por la misma razón de facilitar el entendimiento haré uso del vocablo castellano “Dios” para referirme al Origen de toda existencia, en el respeto y consideración hacia cualquier otra forma de referirse a la misma Causa Primigenia, pero consciente de la absoluta impotencia para encontrar un vocablo adecuado que, además de contener la idea, sea de aceptación universal. Decía que el Sufismo no es patrimonio de nadie, pero puede “navegar” en todas las tradiciones a través de todos los tiempos, nutrirse de todas y nutrirlas a todas en las ciencias, la mística, la literatura, etc., según el testimonio dejado en la historia. Carece de dogma, concepto o estructura y si pudiera ser descrito no sería lo que es; tan sólo “un perfume”. Rumi, uno de los grandes maestros Sufis, fundador de los derviches giróvagos en el siglo XIII, decía: “No hagas menosprecio de ninguna religión, porque perderás no poco bien. Ni digas la mía es verdad y la tuya no”.
El ilustre murciano Ibn al Árabi (1165-1240), conocido como Maestro de maestros, también decía: “Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Ahora mi corazón se ha convertido en receptáculo de todas las formas; es prado para las gacelas y claustro para de monjes cristianos, templo de ídolos y Kaaba de peregrinos, tablas de la Ley y pliegos del Corán. Porque profeso la religión del amor y voy a donde quiera que vaya su cabalgadura, pues el amor es mi credo y mi fe”